Dueño de una inquietante pintura atravesada por el estudio del cuerpo el artista -médico de profesión- se refiere aquí a las grandes paradojas que atraviesa su arte. Se trata de uno de los más consagrados pintores de nuestro tiempo.
Por Abigail Huerta y Camila Reveco
El pintor español Dino Valls (Zaragoza, 1959) es, sin duda, uno de los máximos exponentes de la figuración contemporánea y, a través de su arte, nos introduce a un dialogo revelador entre lo alegórico y lo poético.
Distanciado de las tendencias contemporáneas, muchas de ellas, pobres en oficio y carentes de imaginación, el español tiene una obra sólida –totalmente alejada de cualquier tipo de improvisación-. Valls le presta atención tanto a la técnica, como al concepto y lo hace de forma precisa y minuciosa.
“Mi trabajo, mi atención y respeto por soportes y técnicas tradicionales, son sentidos por mí como un deber de honestidad deontológica”, explica.
En su caso, nos referimos a un concepto denso, insondablemente psíquico y a su vez intrigante: sus cuerpos están atravesados por la angustia y el dolor, conviven allí patologías físicas y mentales donde puede olerse una densa atmósfera que incomoda y a su vez interpela.
Al artista no le interesa, de ninguna forma, ser complaciente. Su trabajo es fuerte, intenso, agudo y está vivo, aunque nos haga agonizar por las “zonas oscuras de (nuestra) mente”. Allí están sus cuadros para recordarnos nuestras propias miserias, nuestras más profundas contradicciones, y para ponernos delante los fantasmas que todos llevamos dentro.