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miércoles, 19 de abril de 2017

Oriundo y salvaje




Cualquier producto que genera la industria cultural de América Latina, ya sean libros, películas, pinturas o instalaciones, debe ser un mero vehículo de identidad nacional y cumplir con las prenociones europeas acerca de “lo latinoamericano”. Para Latinoamérica “poco importa que un dibujante sueco refleje su condición escandinava en cada trazo” en cambio, para la mirada europea, lo latinoamericano está obligado a ser distinto.

Por Camila Reveco 
para Art Galaxie de Portugal 
desde Argentina  

La reflexión surge a partir de un brillante ensayo del escritor mexicano Juan Villoro (1960) educado en pleno Distrito Federal pero en un colegio alemán con dos o tres vernáculos por curso, encargados de garantizar la mezcla de culturas. 




Sus profesores le preguntaban: “¿Es cierto que ustedes ríen en los velorios? ¿Alguno de tus tíos saca su pistola en las fiestas y lanza tiros de alegría?” La vida incomprensible de México que rodeaba al Colegio, llegaba con estas preguntas a los delegados folclóricos.
Juan Villoro luego trabajó en Berlin occidental, como agregado cultural de su país y allí pudo corroborar sus impresiones. Recuerda en una ocasión haber recibido el encargo de organizar una muestra de serigrafías del artista mexicano Sebastián (1947), quien tiene una clara influencia de Josef Albers (1888-1976) y sobre todo la Bauhaus, escuela artística alemana de principios de siglo XX. El director de la galería - explica él - observó los cuadros con gran escepticismo y le dijo: “Me gustan, ¿pero qué tienen de mexicanos?”. En un arranque de desesperación, Villoro contestó que “los triángulos aludían al arco de las pirámides mayas; los rectángulos, a las grecas aztecas, y los colores, a las direcciones del cielo de la cosmogonía prehispánica”. El curador cambio de opinión: Sebastián pasó a ser un genio. Se había cumplido su “apetito por lo original” y lo “salvajemente oriundo”.
¿El arte tiene la obligación de ser representativo del lugar de origen del artista? Jorge Luis Borges, en la década del 20, creía que no, que no debía haber imposiciones de ese tipo porque actuarían sólo como limitantes.
En realidad no hay nada que se llame “identidad latinoamericana”. No existe tal concepto, que además de arbitrario es impreciso. El “arte latinoamericano”, tan complejo y variado, merece esa tipología sólo si se lo piensa como un gran bloque geográfico.
“La atracción de los centros hacia la alteridad, propia de la moda global, ha permitido mayor circulación y legitimación del arte de las periferias y con demasiada frecuencia, se han valorado las obras que manifiestan en explícito la diferencia”, observa Gerardo Mosquera, curador y crítico de arte cubano.
Esa actitud histórica ha inclinado a muchos artistas latinos a un “auto-exotismo” para cumplir con las demandas de ciertos circuitos artísticos del mainstream que piden “primitivismo” y diferencia; asegurándose - claro - un lugar en la próxima bienal. El exotismo existe para satisfacer la mirada ajena y cada intento, es un reduccionismo pobre y poco representativo. 




Mosquera concluye que esta tendencia ha ido variando y que “el arte latinoamericano vive hoy uno de sus mejores momentos, sobre todo porque está dejando de ser arte latinoamericano”. De ser así, sería una buena noticia, porque en definitiva, y en momentos de tensión entre lo local y global, todavía resuena aquello que dijo Néstor García Canclini: “La identidad es una construcción que se relata”.
Latinoamérica, por su extensión y variedad de riqueza, está lejos de compartir una única visión acerca de lo identitario para mostrale o venderle al mundo. Cada obra de arte es un microcosmos que conserva un espíritu poético y que busca conectarse íntimamente con todo lo demás. No necesita ser “latinoamericana”, ni de ningún otro lugar, para existir.

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