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domingo, 30 de diciembre de 2018

Omara Serú: "Siempre vincularé el arte con la belleza"


La suya es una pintura expresiva y colorista. Tiene un estilo distintivo, entre surrealista y folclórico, siempre muy personal. En sus cuadros convive la ingenuidad formal con la sofisticación compositiva. Su infinita curiosidad ha hecho de Omara una artista ecléctica y de gran imaginación: “Tengo varios estilos, no sé cómo llamarlo. Voy incorporando cosas nuevas y mezclando. Me critican mucho a veces la falta de coherencia porque hay trabajos muy distintos entre sí. Yo creo que están unidos… no sé cómo y en qué punto”.

Por Lic. Camila Reveco 
creveco@revistaophelia.com

Omara Serú (Mendoza, 1960) transformó su hogar en un atelier colectivo. Aquellos antiguos dormitorios ahora son talleres para artistas; en donde estaban sus hijos, ahora se encuentran sus colegas. Otro tipo de familia, uno podría argumentar. “Es una casa abierta, una pequeña comunidad diurna” prefiere decir, en tono pausado y sereno. Así es cómo Omara, motivada por un sentimiento tan bohemio como pragmático, desde 2010, supo convertir aquella casa de San José en un espacio para distintas actividades culturales como recitales y, por supuesto, exposiciones; en donde diferentes artistas han encontrado un lugar para trabajar.

El trato con ella es simple, transparente y directo. De carácter reflexivo y a su vez espontáneo, de actitud tranquila y a su vez convincente, siempre supo qué estudiar, siempre supo que quería pintar; y por eso mismo buscó herramientas en la facultad de arte (UNCuyo). Recibida con título de honor, reconoce los “problemas y defectos” de la educación formal, pero también destaca su importancia, sus aspectos positivos, en especial a la hora de construir disciplina: “Te entrena en la constancia y en la presión que tenés que asumir para rendir exámenes, por ejemplo” dice, y agrega: “hay profesores buenos que efectivamente te ayudan a pensar, a desarrollarte, y hay otros que no”.

Lo lúdico es fundamental en su obra; cuando pinta, se permite jugar, imaginar y fantasear. “Eso siempre ha sido esencial para el arte”, comenta la artista, que luego va a detenerse en desarrollar lo que significa, desde su punto de vista, el arte de la pintura, en su sentido más ontológico:

“La pintura tiene cuerpo, sin descreer para nada en el concepto, pero creo que no puede ser lo único, porque de serlo el arte de la pintura se muere, sería otra cosa, habría que denominarlo de otra manera. El arte de la pintura es color, pincelada, textura, todo lo que se ve, todo lo que se toca, todo lo que se siente sin tocar. El cuerpo está presente, al igual que una presencia física, de la misma manera en la que dos seres humanos se trasmiten emociones y se comunican entre sí. Si vos estás con otra persona, tenés una sensación de comunicación indudablemente, y eso es lo que tiene que pasar con la pintura”.

En tiempos donde el discurso del arte contemporáneo y su arsenal de curadores, galeristas y filósofos intentan explicar que al arte ya no le importa la Belleza, que ésta se fue para no volver… Omara Serú, defensora acérrima de lo bello, vincula su pintura con ésta palabra:

“No veo por qué despreciar, menospreciar o suprimir el poder y la fuerza que tiene la Belleza, yo  siempre voy a  vincular ampliamente el arte a la belleza y me parece una magnífica concepción”.

-¿Esta búsqueda por la belleza será inherente a todos los seres humanos?

-Pienso que sí, eso decían los griegos y no creo que estén equivocados. En la actualidad la belleza no es un valor, no es un buen valor, digamos. En general, lo que dicen hoy que es arte no se sabe mucho a dónde apunta, o qué significa.



-¿Crees que el arte actual le da la espalda a la belleza o al oficio?

-Al oficio seguro. De hecho en la actualidad el oficio es algo que no se suele ver, salvo excepciones. Porque si consideras las tendencias que se ven en los grandes centros culturales, por ejemplo de Buenos Aires, en general los premios, las publicaciones, la representación de la Argentina en las bienales no lo obtienen artistas con oficio. Ese lugar es para las nuevas tendencias contemporáneas que tienen un exceso de conceptualidad, y desde mi punto de vista, falta de cuerpo y de espíritu. Es una moda muy extendida, muy poco personal, muy poco subjetiva y pienso que esos son adjetivos que hacen a la esencia del arte, si no están, es difícil encontrarse con algo que realmente tenga peso artístico.

-Marcel Duchamp le da lugar a todo ésto…e irrumpe en la escena con su urinario en un momento determinado para decir cosas necesarias que se justificaban en ese contexto…

Si, se justificaban en ese, y nada más que en ese momento. Duchamp debió haber dicho: “hasta acá se puede llegar”,  “por este camino no va más la cosa”. Debió haber establecido un límite.

-¿Qué tanta importancia crees que tiene el artista para el circuito del arte?

-Es uno de los grandes problemas que hay en la actualidad porque ahora los pintores no valemos nada. Los que son importantes son los galeristas y los curadores. Vos en una exposición de Buenos Aires ves enormes rótulos con un nombre, y te crees que ese es el nombre del artista, pero no.  Lo que importa es el valor de algunas personas, que con sus influencias y su conocimiento del tema, abarcan el mercado y los grandes capitales. Pero ahí no hay artistas. No están los curadores buscando artistas, no los necesitan. Hasta hace un tiempo los galeristas se mantenían atentos y buscaban artistas que tengan la posibilidad de crecer, de descubrir cosas nuevas, querían a quienes hicieran un trabajo artístico y le buscaran cuerpo a la obra.

-¿De qué se trata?

El cuerpo debe soportar la representación, y ahí hay emoción, energía con toda la vitalidad que tiene la vida latiente. No solo concepto, porque el concepto por sí solo, no es vida que late. Pienso que el arte de la pintura tiene que ir acompañado necesariamente de un cuerpo que esté latiendo, viviendo. No puede acabarse en el concepto.



– Refiriéndonos a tu pintura, ¿tiene alguna connotación especial  para vos el azul? ¿Por qué es tan frecuente en tu obra y que te transmite?

 No tiene para mí ningún significado específico, al menos para mí. Algunos colores simplemente se me hacen difíciles de usar; el amarillo no lo uso mucho, lo uso bastante poco, por ejemplo.

-Tus cuadros tienen un carácter muy envolvente y quizás te ayude el azul a generar ese clima…

-Sí, claro, porque el azul es el color de la atmósfera. Puede que sea por eso y además también en toda la superficie el cuadro está trabajado más o menos de la misma manera. Hay unas pinceladas que recorren toda la superficie y que se pueden observar; pienso que eso es lo que da ese aspecto nervioso que tienen algunos cuadros míos.

 -Sos una excelente colorista ¿siempre usaste el color o se trató un proceso?

-Como vos has dicho, fue un proceso. Un proceso en el que he ido probando diferentes situaciones y viendo que me gusta, con qué me siento cómoda; es muy intuitivo, es dejarse llevar básicamente. Después cuando tenés las cosas hechas, probás otras versiones. Yo no sé usar la computadora pero sería una buena herramienta para probar colores y comparar resultados.

-¿Te atrae de manera singular lo naif?

 -Sí, me atrae bastante. (Henri Julien Félix) Rousseau me encanta y es naif, me parece maravilloso; tiene unos grandes aciertos pictóricos, de pintura y poesía. Es una clase de pintura que me gusta mucho.

–Tu pintura me recuerda a Marc Chagall también ¿reconoces alguna influencia?

-De Chagall me gusta la poesía que tiene, la poética; en la cosa concreta creo que estamos bastante alejados, pero sí me gusta, y probablemente me influencian sus imágenes, pero no la forma en cómo las trabaja. Aunque ahora que me comentas esto… me estoy acordando que hace muchos años, más de treinta, vi una exposición extraordinaria de Chagall en el Museo Nacional de Bellas Artes en Buenos Aires, y esa exposición me impresionó mucho, me afectó. Fue una exposición muy completa con todo lo mejor y lo que más me gustaba del pintor; y además se podía ver tranquila. Lo digo porque hoy no es posible ponerse enfrente de un cuadro sin que pasen cuarenta o más personas por delante. Ahora no podés ver la Capilla Sixtina a menos que vos seas pariente del Papa (risas).




-¿Crees que existe un arte femenino?

Sospecho que no. No sé bien cómo será el asunto; veo cuadros y no tengo la menor idea si el autor es un  hombre o una mujer; hay  casos famosos como Frida Kahlo, con pinturas autorreferenciales. Pero si no es por la autorreferencia, es difícil hacer esa distinción.

–Lo que sí es cierto es que son muy pocas las mujeres que se pueden dedicar al arte de forma profesional en relación a la cantidad de varones ¿A qué le  atribuís esto?

-Se lo atribuyó por supuesto al machismo que existe, que ha existido siempre, y que va a existir durante mucho más tiempo. Esto del feminismo recién está empezando y no se sabe si avanza en el buen sentido, porque vos viste cómo son los avances sociales, aparecen, avanzan, de pronto se detienen, pueden haber incluso retrocesos. Va a ser un proceso lento, además estamos educados así, de forma machista. He leído en mi vida tantas cosas terribles, dolorosas de filosofía, por ejemplo, donde para tipos intelectuales, influyentes, las mujeres no hemos existido… Para mí el machismo es el principal problema del mundo.

-¿El principal?

-Es el problema que impide la felicidad de todos; no sólo de las mujeres, impide el amor; el amor está impedido de manifestarse porque existe el machismo, y existe en todo el mundo y en todas las esferas.

-¿Lo viviste siendo estudiante, por ejemplo?

 Claro. Podés preguntarle a cualquiera mujer de mi edad que haya entrado en la facultad en los años 80. Las chicas teníamos que defender constantemente nuestra vocación con uñas y dientes porque en general los profesores te maltrataban. Tenías que reivindicar tu vocación todo el tiempo, los profesores tenían un morbo en humillarnos. Había que tener un temperamento especial para no dejarse amedrentar.




–¿Qué significan para tu carrera los premios, o los reconocimientos?

Bueno, no he tenido tantos reconocimientos. He tenido algunos reconocimientos a lo largo de muchos años de estar trabajando en esto, pero no me considero una persona exitosa, no lo soy. Yo no sé si me interesa tanto el éxito; me interesa indudablemente el reconocimiento. Me gustaría tenerlo, pero lo que más me interesa, es poder desarrollar mi arte y hacerlo efectivamente. Me preocupa cuando a veces no puedo, cuando pasa tiempo y no estoy llegando a ese lugar que imagino,  y no estoy inventando o sintiendo que estoy en ese mundo paralelo que me he inventado, que es el de la pintura. No siempre es fácil.

-¿Cómo sería el estilo de Omara?

-Me resulta difícil  expresarlo. Siempre me he dejado influenciar… Me encanta dejarme influenciar por las cosas que me gustan. Los dibujos de niños, de mis hijos,  los he utilizado como bocetos, como disparadores para incorporarlos a pinturas y ambientarlos, darles otro sentido. Eso me gusta, lo vivo como algo especial.

-¿Por qué?

-Las madres estamos, en lo general, más conectadas con los hijos que los padres, al menos la experiencia personal me hace pensarlo así. Es como que se siente, que los hijos son más partes de uno… cuando yo uso los dibujos de Gabino, por ejemplo, los uso como si fueran míos.

-¿No está ahí lo femenino de tu arte?

-Es probable. Ahora que lo pienso, puede ser.



OMARA SERÚ / BÁSICO

Nació un 24 de agosto de 1960 en Mendoza, Argentina. Es profesora de artes plásticas por la Universidad Nacional de Cuyo. Casa Serú, espacio que coordina está ubicado en calle Guemes 580 de San José, Guaymallén.

Nota: Esta entrevista se realizó en marzo de 2018 en Casa Serú y se publicó en Revista Ophelia el 30 de diciembre de 2018

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